lunes, 20 de agosto de 2007

Luminarias fugaces


Me gusta el cielo cuando anochece los días de tormenta, frunciendo el ceño hasta hacerse daño, amenazando lluvia y tronando rayos y centellas.
Me gusta el mar embravecido, con olas picadas por la curiosidad de quererse con la orilla. Mareando peces y algas enredadas en sus hilos de miseria.
Me gusta el sexo con sorpresas, de las que arrancan la sonrisa de debajo de la piel mojada. Me gustan las cosquillas en los muslos, con dedos serpenteantes que dibujan arabescos de tinta aguada.
No me gustan las sirenas, ni las manos en mi pelo. Las que huyen ateridas por el frío del Mar del Norte. Ni tampoco las mujeres que no saben taconear rompiendo las aceras a cada paso.
Me gustan los zapatos altos, de los que hacen daño en la almohadilla y apagar colillas con la punta y fumar con la mano derecha y hacer anillas y barcos de papel con el humo. Me gusta el color a tabaco viejo que se pega a tu piel.
Me gusta meterme en la cama con las sabanas recién puestas, cuando están frías en invierno y la carne de gallina aflora al segundo, para asustarte. Y me gusta dormir con dos almohadas, abrazada a una compañía silenciosa e inerte.
Y me gustas tú porque no te gusto. Nos gustamos como el verbo gustar gusta. Porque adorar, amar y encantar no se casan con el ar de las palabras que quiero decirte.
Y gustando y degustando me gusta todo lo que tenga que ver con cerrar los ojos y no ver nada. Solo estrellas que voltean en una oscura mentira fingida.

1 comentario:

Silvia dijo...

...y me gustás tú, y te echo de menos, y tengo ganas de verte, (y) ya queda menos...




Muá***