miércoles, 22 de agosto de 2007

Tercios de batallas perdidas


Gustando gusta la gente las cosas que quieren pasar porque pasan.
No me gusta el tráfico que hace que me sienta con una muñeca de trapo a las manos de un volante que no quiere girar en su dirección insistida (y apalabrada).
Y me gustan los niños que ríen y lloran a la vez. Y los bebés que corriendo se caen y se levantan gustándose a sí mismos sin derramar ni una sola lágrima.
Y me gusta el dolor que siento al pensar que te acercas a mi lado. Que te siento calentando mi oreja y mi ombligo. Y detesto sentirte y no poderte. Y odio jugarte y no morderte. No morderme a mi misma el corazón hasta que sangre la última gota de tu voz dormida.
Y desprecio los sonidos guturales que tus labios hacen al llamarme y al besarme.
Y aborrezco no estrellarte contra un cristal mojado, para que resbales al abismo de la indiferencia.
Y maldigo tu abdomen y tus brazos y tus manchas en la espalda llena de angulosas formas, por no haberse deshecho al calor de un sol de otro planeta lejano.
Y por eso, por todo eso y por más, y por mucho y por menos que no sé decir, por la sombra, el olor a sal, las carreteras eternas, los campos secos de lluvia, las terrazas que miran al mar, los juegos a los que nunca jugué porque no supe, por las partidas de cartas en verano, por las cervezas que nunca tomé contigo, por las noches que me acosté cuando el sol salía, por los árboles que crecen en cualquier lugar, las farolas que alumbran callejones sin pavimentar, por los suelos mojados en los días de aguacero, por los patios de colegio donde gritan los niños, los perfumes que determinan tu olor, el barro que de pequeños moldeábamos con el juego acabado en nova, por el ordenador, que me da la vida cuando la pierdo viendo que te alejas; por los cohetes en las noches de feria, por las hogueras de San Juan que queman dolores, por los títeres y marionetas, por las rejas de una cárcel que podemos romper.
Por el patio de mi casa que llueven los demás, el hico que se perdió en la canción del cocodrilo, las horas de biblioteca en las tardes de playa, los litros de agua que bebí bebiéndote; por las mareas que terminan con excursiones de sol, por el silencio roto del zumbar de una nevera, por los polos turquesas de hombres sin cara; por las cañerías de mi cuerpo que nunca se oxidan, las sorpresas dentro del Roscón de Reyes, por los cumpleaños sin velas sopladas.
Por todo, escribo mis gustos y disgustos, para perder mi conciencia en el camino varado del desengaño.

1 comentario:

Anónimo dijo...

stepi:
Que maravilla!!!...de felices lagrimas se me han llenado los ojos... y eso sera por algo no??en momentos no tan buenos..escritos así reconfortan a culquiera!
UNO BESO GRANDE NO! SINO LO SIGUIENTE!