martes, 14 de agosto de 2007

Sonrojando virutas de caramelo


Quiero seguir caminando y no puedo porque mis piernas no responden. Y no respiro, lloro y lloro y no paro de llorar, incapaz de inhalar el aire helado de esta mañana odiosa y temible.
Y la gente camina, sin mirarse ni sentirse y yo sin sentirlos me choco con todos ellos. Con cada uno de ellos a los que grito soledades sin oírlas ni quererlas decir.
Fraccionando el tiempo me he pasado toda la noche, en minutos y segundos débiles y perezosos, de los que no quieren pasar. Tocando su pelo, acariciándolo y rizándolo entre mis dedos he pasado el alba, viendo los primeros rayos rozando la curva de su cadera, acariciándola y robándomela delante de mí.
Sin vergüenza.
Con los lunares de sus ojos y de su espalda sonriéndome burlones, riéndose de mí y de mis deseos de abrazarlos y tocarlos.
Ni sientes ni padeces, ni me miras ni me mientes.
Me asfixias con tus manos, tapando cada poro de mi piel. Recorriendo con tus dedos cada pliego de ignorancia, cada resquicio sordo, lamiendo mis ideas poco a poco y despojándome de cada truco que me sabía, para convertirme en una marioneta al compás de tu tétrica música. Me seduces y repliegas a tus ordenes. Me sometes con palabras que no suenan a nada. En el silencio de una habitación cargada por el vaho de tus labios que no dejan de fotocopiarse en mi piel. Susurrando mentiras de caramelo que se pegan a mis lóbulos aturdidos por el placer que me hacen sentir tus manos. Maestras de las caricias de tus sentidos, cegados por la delicia de tocarnos.
Sin vergüenza.
Y yo sigo perdida sin saber por que lado he llegado hasta aquí.
Porque el camino que tracé con infinita paciencia se borró en el mismo instante en que entré en tu cama aquella noche. Cuando el cielo, oscuro por una luna escondida de su propio miedo, nos miraba plagaito de estrellas. Cuando el viento, colándose por una ventana olvidada, erizó los vellos de tu nuca y de mis brazos y de las pestañas de tus ojos, que no querían alzar el vuelo.
Tu respiración acompasada al ritmo de las canciones entonadas en mi mente, por una guitarra ausente de dueño, varada en el olvido del flamenco danzar de la agonía, se elevaba poco a poco para ahogarme, entristecerme y lentamente matarme en tus propios aullidos.
Sin Vergüenza.
Y ahora vuelvo, en un mediodía sin sol que valga la pena, a intentar encontrarme en alguna esquina olvidada por mi nombre.

1 comentario:

Annika dijo...

Cuanto echaba de menos leer las cosas que escribes!